El "no a la prostitución" de FEMEN de forma tajante se presenta como una máxima desde el nacimiento del movimiento en Ucrania. A raíz de la campaña contra el turismo sexual durante la Eurocopa del 2012, Ucrania no es un burdel, la posición anti-prostitución se hizo aún más fuerte. Hoy, la lucha contra la industria sexual sigue siendo una de las cuestiones prioritarias del movimiento. La última campaña emprendida por FEMEN relacionada con este tema, You don't buy, I don't sell (Tú no compras, yo no vendo), que busca apoyar la iniciativa del gobierno socialista francés para multar a los consumidores de prostitución.
El debate sobre la prostitución no es exclusivo de promotores, compradores y prostitutas, también es competencia de todas las mujeres, pues cualquier mujer es susceptible de prostituirse siempre y cuando exista una demanda, constituyendo un ingreso (mayor o menor) seguro. La fachada de progresismo que esconde en realidad el machismo está hoy más de moda que nunca, con ejemplos como el manifiesto Touche pas á ma pute, o el texto 343 Salauds, que lo único que defienden son los intereses de un hombre de tener a su disposición una mujer siempre y cuando le venga en gana para penetrarla como si fuese su propiedad (al menos por unas horas).
Confundir no querer que haya prostitutas con estar contra la prostitución es algo común bajo la mirada de aquellos y aquellas que critican este punto de lucha en FEMEN. El hecho de oponerse a la presencia de las prostitutas en la calle responde a otras ideas, por lo general ancladas en lo moralista o en la imagen correcta que una mujer debe tener. Es bien conocido que a muchos ciudadanos y ciudadanas no les gusta que haya prostitutas en las calles, en los barrios, debajo de sus edificios, cerca de sus casas, pero que estén en un club les importa poco, dentro de esas paredes no está a la vista, no molesta. Se ignora la realidad, el problema simula desaparecer, volviendo a devolver a la mujer, sea puta o ama de casa, a la privacidad. Esta ética del confinamiento femenino no coincide con el planteamiento feminista que sostenemos las activistas FEMEN, sino que se corresponde con el patriarcado y sus bases de actuación: un negocio de explotación motivado por él y consumido también por él, debe permanecer bajo una fachada que normalice la situación y permita que pase desapercibida para que siga su curso; la explotación queda oculta.
El cuerpo de las mujeres es una mercancía que se mercantiliza y se hace susceptible de comerciar con él tanto o más que cualquier otro producto, nada importa mientras se pague por él. En este aspecto se han planteado varias teorías según las cuales, si la mujer vende, y decide vender, y el cliente compra, ambos son conscientes de la transacción y se hace completamente lícita, en un intercambio de bienes por un servicio, dicho negocio es lícito y por tanto, susceptible de ser legalizado al igual que cualquier otra prestación. Pero, surge una cuestión ¿acaso hay que aceptar que todo en este mundo es intercambiable y comercializable? El problema no es el consentimiento, sino la mercantilización y por ende la objetualización del cuerpo de la mujer y de su identidad en sí misma. Si se sostiene que el cuerpo, como cualquier otro bien material, puede ser vendido y comprado, se transforma automáticamente en un producto, en un objeto, reforzando de nuevo la desigualdad y la diferenciación de roles y la distinción de poderes.
El hombre, ser favorecido dentro del sistema patriarcal, posee el monopolio del primer gran poder, el económico que rige otra serie de factores de índole social que determina la posición de la mujer. Es el hombre el que consume, generando desigualdad en el trato y en el consumo, que obedece a dicha discriminación económica. En los últimos años, el incremento de la compra de prostitución ha respondido especialmente a raíz de la crisis, donde las diferencias de género se ven fortalecidas y subrayadas, la consecuencia han sido más compradores hombres y más prostitutas mujeres, subordinando nuevamente a la mujer a un plano inferior de dominación. La prostitución no es un negocio regido por mujeres, es un negocio de hombres, donde una pequeña parte de la maquinaria es la mujer. Las mujeres no son prostitutas porque sea una profesión de mujeres y lo escogen, sino porque sufren empobrecimiento y eso sí es un tema de mujeres.
El capitalismo ha hecho un gran favor a los clientes y promotores de la prostitución, permitiendo inducir ese consumo rápido característico del fast-food también aquí, fast-sex. Engordando el sistema económico, la prostitución no supone tanto drama o problema, al producir beneficios se acepta, complace al capitalismo, creado por el orden patriarcal, por tanto al sistema y al patriarcado, cuando hablamos de prostitución por decisión propia, ¿coinciden entonces en apoyar el capitalismo? Pues el beneficio y la ganancia deducida de la venta de ese servicio responde al mantenimiento del sistema creado en pos del empoderamiento masculino, no femenino. Si se defiende que el progreso de la mujer no cabe dentro de este sistema, no podemos intentar promover medidas de legalización de este negocio global: estaríamos siendo cómplices totales de la desigualdad. Cómplices de apoyar los mandatos de género, el sexismo, y la diferenciación laboral. La posición de la mujer se devalúa, y al mismo tiempo su trabajo como actividad económica independiente. Un empobrecimiento que hace llamativa la prostitución para las mujeres, la precariedad es la chispa que enciende la luz y muestra esta opción como algo cómodo, rápido y que da dinero. Desde luego acceder a un puesto como scort, por ejemplo, no es una carrera de obstáculos, basta con teclearlo en internet y se abren miles de opciones en tu ciudad e incluso cerca de tu domicilio.
Hay otro argumento sobre el que se ampara la defensa de la prostitución: la defensa del deseo. Dentro de esta condición, donde los seres humanos viven bajo la represión sexual, la prostitución permite cubrir las necesidades sexuales, las carencias afectivas que los hombres tienen. Sin embargo, bajo esta deducción estamos de vuelta a la mujer que ha de satisfacer al hombre, en definitiva al patriarcado. Es más, ejerciendo un rol cuidador ya no sólo de los clientes que compren, sino del sistema en general. Cuidando de los clientes, se cuida que las necesidades sexuales del hombre y de que sus deseos estén cubiertos, pagando, eso sí.
La iniciativa de multar a los clientes ha sido tildada por algunos colectivos de trabajadoras sexuales como una forma de prohibición, ¿es prohibir o conducir? Es claro que no es posible reeducar al comprador, por lo que se le impone una legalidad. Dicha ilegalidad, genera una multa, que ataca directamente sobre su potencial económico, frena el consumo al menos en un porcentaje. Aunque es una medida insuficiente, es en cierta manera, paliativa. Otro comentario que se ha propagado es aquel que afirma que criminalizar al cliente es convertirle en un delincuente. Y pienso, ¿es que son los clientes una víctima? ¿alguna vez lo han sido? Hasta el momento es evidente que son los que pagan porque pueden, bajo una premisa de dominación y reafirmación sobre su posición para ver reforzada su hombría en una sociedad donde cada vez se levantan más ampollas sobre el macho. Los clientes no son agentes buenos que ayuden al desarrollo. ¿Por qué entonces el cliente es tratado como un mártir? Se supone que mutándoles, les humillamos, y les perseguimos. Esta persecución responde a una revancha que tiene como finalidad recuperar la importancia que nos ha sido arrebatada desde los inicios de las sociedades y afianzar la que nos corresponde a día de hoy. Sin embargo, "si ellas lo deciden..." todo está arreglado...
Prostituirse no equivale a empoderarse, equivale a desempoderarse, es un empoderamiento ficticio que inocula el patriarcado, eres libre sólo hasta el tope de la correa que sujeta. Hacer sentir que una es poseedora de bienes propios, es el juego más antiguo del liberalismo para hacernos creer que tenemos libertad y somos independientes. La propiedad privada camela cualquier alma, en este caso para vender no sólo un cuerpo, no sólo un servicio, sino una posición de mayor o menor valía. Pues el sexo no se desliga de nuestro cuerpo, es mediante el cuerpo que mantenemos relaciones sexuales. La prostitución se creó para complacer al hombre no sólo sexualmente, identitariamente, para permitir que el sistema patriarcal se fortalezca y se consolide día tras día. Bajo la dominación masculina, las mujeres sirven y el hombre es complacido.
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