Mientras en España solo un 1,7% de los encuestados se define como feminista, según el último dato del CIS, un movimiento de protestas en topless inunda los medios de comunicación y pone de nuevo la desigualdad entre hombre y mujer al desnudo. Femen, el movimiento en cuestión, comenzó en Ucrania en 2008, cuando tres activistas, Anna Hutsol, Alexandra Shevchenko e Irina Fomina, se unieron para dejar claro que su país "no es un burdel".
En un lugar donde al menos 50.000 mujeres se dedican a la prostitución, el 25% de las cuales siendo menores de edad, Femen protesta, entre otras cosas, contra la explotación sexual. Si bien en un principio no lo hacían en topless, sus actuaciones tenían el aire de performance que siguen teniendo hoy: se vestían de rosa, de enfermeras o de prostitutas, y llevaban su protesta a lugares públicos.
Tras la primera acción en topless, el alcance de Femen se multiplicó. El grupo encontraba de pronto una plataforma desde la que asomarse en medios de todo el mundo, particularmente tras su protesta en la celebración de la Eurocopa 2012 en Ucrania, un tipo de evento que las Femen temían, atraería más turismo sexual al país. Las activistas, que llaman a sus acciones "sextremismo" advierten: Femen se desnuda en los medios, pero no para el disfrute de nadie ni para el uso de la publicidad. Su topless representa "la sexualidad femenina que se rebela contra el patriarcado". Usan sus torsos desnudos como un "arma política" arrojada contra la explotación sexual, las instituciones políticas autoritarias y las religiosas. Femen, acusadas por su exposición mediática de feminismo pop, alegan que hay un feminismo viejo (el académico), que está muerto y se postulan como la nueva cara del movimiento. Sus acciones dan una idea de lo variado y ambicioso de sus reivindicaciones. En Kyiv, organizaron peleas de barro para protestar contra el juego sucio en la política. En Berlín, quemaron Barbies ("¡Quema a Barbie! ¡Salva la civilización!") frente a la casa dedicada a esta muñeca que Mattel instaló en la capital alemana.
En París, se enfrentaron a los que protestaban contra la ley del matrimonio gay; también con esta reivindicación acudieron a un Ángelus en el Vaticano, donde acabaron perseguidas por una mujer, paraguas en mano, que gritaba "sono il diavolo".
Han hecho escraches a Putin y, por supuesto a Berlusconi. La supermodelo Heidi Klum también tuvo su ración de Femen, descubriéndose después que una de las activistas que participaron en la acción, Zana Ramani, era al mismo tiempo parte de las juventudes del CDU y fundadora de Femen en Alemania, lo que no le creaba, según dijo, ninguna contradicción por ser Merkel una mujer fuerte. Femen vive en un mundo donde los fenómenos mediáticos nacen y mueren casi al mismo tiempo, y donde solo un 21% de las noticias tienen como protagonista a una mujer, según apunta la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios. Sus protestas, al igual que las de las sufragistas estadounidenses, buscan llamar la atención hacia la causa, pero están actualizadas por musas más cercanas en el tiempo. Reconocen como inspiración De la dictadura a la democracia, el libro de Gene Sharp que describe cómo utilizar acciones simbólicas, en ocasiones absurdas pero dignas de portadas y titulares, para desestabilizar un gobierno, libro que inspiró a algunos egipcios a acudir a la plaza Tahrir en 2011.
El verano pasado, la imagen de una joven rubia en topless cortando una cruz ortodoxa gigante de madera con una sierra mecánica dio la vuelta al mundo, convirtiéndose en una de las acciones más polémicas del grupo. Inna Shevchenko, la activista en cuestión, la derrumbó como protesta por el juicio a tres miembros del grupo feminista punk Pussy Riot, con el que comparten ideales como la oposición a Putin, y que eran juzgadas por una actuación en el interior de una iglesia. El derribo de la cruz, erigida en Kyiv como monumento a los católicos perseguidos en la URSS, enfureció a la Iglesia. La activista huyó del país y estableció un cuartel de Femen en París. Desde entonces, la capital parisina se convierte junto con Berlín y la sede holandesa en un punto fuerte del mapa del activismo Femen, y las jóvenes llegan, según las propias Femen, a 200 alrededor del globo.
entrenamientos Cada semana tiene lugar en París un entrenamiento para las recién llegadas al movimiento. Allí se explica cómo han de ser las intervenciones: las piernas separadas y los brazos en alto sujetando una pancarta. Las Femen miran a cámara y nunca sonríen. La acción dura hasta que se vaya el último periodista, o hasta que alguien les eche. Pintan lemas en sus troncos desnudos tras constatar que algunos medios publicaban fotografías de sus protestas, pero mostrando solo sus torsos y cortando los carteles reivindicativos. En el entrenamiento, las veteranas hacen de policía y las recién llegadas intentan zafarse de ellas. Porque las cosas se pueden poner feas. Tras una protesta en Minsk contra el dirigente bielorruso Lukashenko en 2011, tres activistas fueron raptadas por seis hombres, según Femen, agentes del KGB.
Las llevaron esposadas a un bosque, donde les amenazaron con quemarlas, echándoles gasolina por encima. Después, las abandonaron en el bosque, en diciembre, en Bielorrusia, en topless. Para Inna, una de las activistas raptadas, esto no hizo más que reafirmar sus acciones.
Pero con la expansión de Femen hacia un movimiento global han llegado también los problemas. La rama en Brasil se vio envuelta en polémica que desacreditó al grupo en ese país y subrayó punto por punto las dudas que sobrevuelan Femen.
Su número uno, Sara Winter, fue acusada por otras activistas brasileñas de utilizar el movimiento para hacerse famosa, de dejar participar solo a jóvenes atractivas y de no tener ni idea de qué significa el feminismo ni que los métodos que funcionan en un país no siempre tienen por qué funcionar en otros. Desde Europa cortan su relación con Brasil, mientras que Sara les acusa de hacer encargos absurdos como pintar el logotipo de Femen en el Cristo Redentor de Río. ¿Y en España? Algunas se pusieron en contacto a través de las redes sociales y se reunieron en Madrid a principios de junio para establecer una rama con sus propios retos por delante. Su primera acción fue ante la embajada de Túnez por la liberación de las cuatro activistas presas y condenadas allí.
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