Cuando falta menos de un mes para que comience la máxima competición futbolística europea a nivel de selecciones y, seguramente, la segunda en importancia a nivel mundial, Ucrania aparece más en la prensa internacional debido a los escándalos relacionados con las persecuciones de los políticos de la oposición, en especial, de la ex primera ministra Yulia Tymoshenko, que gracias a los esfuerzos del gobierno de Víktor Yanukovych quien intenta hacer frente a las acusaciones, cada vez más sólidas, de autoritarismo con los avances reales y no tanto en la preparación del país para el evento mencionado.
Una vez más Ucrania parece haberse dividido en dos campos, ya no ideológicos, como en los tiempos de la Revolución Naranja, sino sociopolíticos, entre los que está esperando el campeonato y los que no, entre los que creen que beneficiará económica y políticamente a Ucrania y los que auguran que será un fracaso, entre los que intentan ganar dinero, aprovechándose de este corto período de afluencia, según se espera, masiva de extranjeros y los que ya denuncian un aumento sustancial en el precio de los bienes y servicios cotidianos.
Pero donde mayor división y, si se quiere, distanciamiento se produce es en los puntos de vista que mantienen el gobierno y la sociedad sobre el estado de preparación y la capacidad de acogida del país frente al gran reto que le tocará vivir en pocas semanas. Según el gobierno todo está prácticamente terminado y sólo quedan detalles menores para que Ucrania se convierta en una fiesta de fútbol y afición en cuestión de días. Por el contrario, la opinión generalizada de la sociedad es que es que el empeño del gobierno en terminar las cosas a tiempo no será suficiente para compensar los años de pasividad y de trámites burocráticos y judiciales que acompañaron en todo momento los preparativos para el campeonato.
Es más, se puede advertir en las cuatro ciudades que acogerán diferentes etapas de la competición que las obras llevadas a cabo nunca llegaron a ser un plan consecuente y estructurado de la remodelación, aunque sea parcial y mínima, de las infraestructuras turísticas y de transporte que son el eje vertebral de todo proyecto de reformas que pretenda aumentar el atractivo turístico de una ciudad. Los responsables de elaborar y llevar a cabo dichas obras se podrán excusar alegando la falta de fondos, el cambio de gobierno de hace dos años, las disputas y los conflictos entre las autoridades regionales y nacionales, pero lo cierto es que desde un principio no estaba planeada una reconversión total del modelo turístico del país, herencia del sistema soviético, y que no contemplaba ni la posibilidad de una afluencia masiva de turistas ni una estancia prolongada de estos.
Basta con decir que los pocos hoteles que se han construido en Kyiv en los últimos dos años han sido de cuatro o de cinco estrellas con un precio medio cien euros por habitación y noche, lo cual, sin duda alguna, podrá ser accesible solo para una ínfima parte de los visitantes de la ciudad y deja fuera a la inmensa mayoría de los espectadores venidos desde el extranjero. El resto de las opciones que ofrecerá la ciudad difícilmente podrán convencer al espectador medio europeo, acostumbrado a la abundancia de hostales en las zonas céntricas e históricas de las ciudades que se postulan como centros de interés turístico. Será una tarea difícil convencer a dicho público de que las residencias de estudiantes universitarios (estando obligados estos últimos a dejar libres sus habitaciones correspondientes antes del uno de junio) y que además, por cierto, se encuentran a una distancia considerable de los estadios y de la zona céntrica, son la mejor opción para hospedarse en una ciudad donde los precios se sitúan al nivel medio de la Unión Europea y, a menudo sobrepasan este, donde el sistema de transportes colapsa incluso sin producirse ningún tipo de evento con gran afluencia del público y donde los carteles informativos doblados al inglés y los puestos de información al turista aparecieron tan sólo a principios de este mes de mayo.
Sin embargo, dejando de lado las supuestas reformas y los arreglos a medio hacer, el mayor fracaso del gobierno y de los órganos encargados de llevar a cabo los preparativos para el Euro-2012 a todos los niveles es el hecho de que en los cinco años que han transcurrido entre el anuncio de la tan celebrada, en aquel entonces, victoria de Ucrania y Polonia en el concurso de países-aspirantes a ser los anfitriones del campeonato y el presente, ninguno de los gobiernos que tuvo Ucrania haya logrado convencer a los ucranianos (mirando hacia atrás tampoco se puede decir que haya podido convencer a nadie en el extranjero) de que se trata de una victoria del país en general y no de unos pocos grupos vinculados con el poder y que dicha competición beneficiaría a gran parte de la población del país, no necesariamente en el ámbito económico, pero sí en el ámbito sociocultural y político. No se trata de las escasas y poco concurridas protestas del grupo feminista FEMEN, quienes llegaron a denunciar la mala imagen de la mujer ucraniana que se proyecta al extranjero, sino de de una apatía generalizada y de un alto índice de desinterés e, incluso, de malestar que sienten los ucranianos cuando se menciona el campeonato que se celebrará en pocas semanas. Sería ingenuo suponer que dicha competencia resolvería los problemas de la gente; los métodos ya mencionados que ha empleado el gobierno durante la preparación hacen sospechar a buena parte de los ucranianos que el objetivo de éste gobierno no es, ni de lejos, mejorar las condiciones de vida y de estancia en el país ni para los turistas ni para los locales.
Con todo esto no pretendo despreciar el esfuerzo de mucha gente que en un medio reticente a los cambios está intentando lo imposible para poder recibir de la mejor manera posible el campeonato europeo, sino que constato, con mucha tristeza, que el Euro 2012 desde un principio se convirtió en rehén de los políticos que lo utilizaron a su antojo y según su conveniencia momentánea, olvidando que no se trata de un proyecto político a corto plazo sino de una oportunidad única que podría cambiar la imagen que proyecta Ucrania hacia el exterior.
Una oportunidad de poder demostrar al ciudadano europeo que Ucrania es mucho más que Kyiv, Chernobil, Borsch y Shevchenko y no es un sitio de extranjeros chicas, fáciles y de hombres que beben como cosacos. Literalmente.
Via: nuevatribuna.es
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