Tres chicas de cuerpo celeste sacaron pecho el otro día en el Congreso de los Diputados para protestar de tan descocada manera por las restricciones que el ministro Ruiz-Gallardón quiere imponer al aborto en España. Muy razonablemente, el juez encargado del caso entendió que no había caso y las dejó en libertad. Sería un tanto exagerado pensar a estas alturas que la exhibición de unas mamas pueda alterar una sesión del Parlamento o perturbar el ánimo de los diputados, de edad en general más bien provecta.
Novedoso en España, el método de protesta empleado por las chicas de Femen que usan sus tetas como pancarta alcanzó notoriedad mundial desde que comenzaron a emplearlo hace ya cosa de cinco años. Los objetivos dulcemente atacados hasta ahora por esta organización feminista -tan atípica- incluyen desde el gran macho ruso Vladimir Putin a las iglesias cristiana y musulmana que, a su juicio, no ejercen precisamente el apostolado a favor de la mujer. Su audacia les ha costado a algunas de ellas el exilio e incluso la cárcel, pero ahí siguen, tenaces en el empeño de dar el do de pecho contra los fanáticos.
No son las únicas que le echan un par -de pechos- a la prepotencia rampante de algunos varones con mando en plaza e iglesia. Se lo echa también, aunque vaya cubierta con metros de tela, la valiente Malala Yousafzai, una adolescente paquistaní a la que los talibanes de su tierra descerrajaron dos tiros para quitarle de la cabeza la idea de que las niñas tienen igual derecho que los niños a ir al colegio.
Malala, que sobrevivió milagrosamente al ataque, sostiene con una rara lucidez impropia de sus catorce años que "un niño, un profesor, un libro y un lápiz" bastan para cambiar el mundo. Su campaña a favor de las niñas, de la enseñanza, del progreso y, para resumirlo todo, de la civilización, le ha valido estos días el Premio Sajárov del Parlamento Europeo.
Mucho es de temer, sin embargo, que el premio no haya disminuido ni un ápice el propósito de asesinarla que los devotos más extremados de Alá siguen proclamando cada vez que la tele les pone un micrófono delante. La manía que los talibanes profesan a las señoras -niñas incluidas- ha de obedecer tal vez a alguna extraña pulsión homosexual tan típica de los ambientes frailunos como el suyo; pero aún es mayor su tirria a la mera posibilidad de que puedan educarse en un colegio.
Alegan estos locos -o quién sabe si locas- con barba y turbante que lo suyo es aplicar al pie de la letra cierta controvertida enseñanza del Islam que al parecer vedaría los beneficios de la instrucción a las mujeres. Y, peor aún que eso, se muestran convencidos de que la letra con sangre entra.
No sorprenderá, por tanto, que algunas feministas musulmanas -concepto acaso equivalente al de nieve negra- hayan criticado agriamente la actitud de las chicas de Femen, en la creencia de que eso de ir protestando por ahí con las tetas al aire es una guarrería levemente sacrílega. Se conoce que hay feministas y feminorras: y no solo en el hirsuto mundo de los talibanes.
Mucho más sutil, la vieja sabiduría china tiende a pensar que las mujeres son la mitad del Cielo, aunque en la Tierra les corresponda apenas una magra participación del diez por ciento. Por si alguien lo dudase, ahí están las arrojadas chicas de Femen y la brava niña Malala. Con un par frente a los abusones.
Via: laprovincia.es
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