Los fans de Prada siempre tienen en mente esa foto de su alma máter, Miuccia, vestida de Yves Saint Laurent en la primera fila de una manifestación. Años después, Miuccia se hizo cargo de la firma, y en una ocasión declaró que “la moda era el peor lugar para estar si eras una feminista de izquierdas”.
Las relaciones entre la moda y el feminismo, además de complejas, siempre han sido contradictorias. A lo largo de la historia, muchas mujeres han utilizado la ropa como un arma para expresar sus posicionamientos: ahí están, por ejemplo, los bloomers —aquellos pantalones que portaban Amelia Bloomer y sus seguidoras para reivindicar sus derechos—, las masculinización del atuendo de las garçonnes francesas, o el curioso tándem entre el maquillaje excesivo, el pelo corto y la siluetas sin forma de las flappers de los años veinte.
Desde que Prada es un emblema mundial y la autoridad a la hora de marcar las tendencias globales, muchos expertos y aficionados intentan descifrar si en su discurso indumentario sigue habiendo intenciones políticas en general y feministas en particular. La reflexión (muchas veces gratuita) siempre sucede a cualquiera de sus desfiles.
Su colección del verano pasado, que ella misma se encargó de denominar feminista, repasaba algunos de los arquetipos femeninos que la moda ha ido construyendo a través de estampados. Con aquella propuesta se pidió a varios muralistas e ilustradores que condensaran su interpretación del feminismo, la política y la diversidad en rostros de mujeres. Pero si no hubiéramos sabido en palabras cuál era el leit motiv de la colección, probablemente muchos no habríamos llegado a él por nosotros mismos.
Lo que hizo Lagerfeld ayer en su desfile para Chanel se sitúa en las antípodas de estas estrategias implícitas que asocian moda y liberación femenina. Tras reconstruir una calle parisina dentro del Grand Palais (en los últimos años, la puesta en escena de la marca importa más que sus colecciones), Lagerfeld sacó a desfilar prendas de todo pelaje: atuendos masculinos, vestidos de los setenta y ochenta, prendas ligadas a lo deportivo y el clásico traje de Chanel que el creador alemán lleva varias décadas reformulando. En una clara alusión al Mayo del 68, había bolsos con forma de adoquín, sonaba la canción “I’m every woman” y la cosa culminó en una falsa manifestación feminista con altavoces y pancartas.
Fue Lagerfeld quien dijo en una entrevista con Harpers Bazaar que “nunca sería feminista porque no era lo suficientemente feo”. También se ha metido en numerosas ocasiones con el sobrepeso. Claro que entre las perlas del alemán destaca aquella de “un chándal es un signo de derrota”, y la temporada anterior las modelos lucieron zapatillas deportivas, mallas y prendas de sport en el marco de un supermercado.
El diseñador, que siempre ha vivido (y ha querido vivir) en un mundo elitista y clasista absolutamente desconectado de la realidad, no es un feminista. Es un provocador, un gran discípulo de esa máxima que reza “que hablen de ti, aunque sea mal”, y un personaje mediático al que le gusta dar a entender que está por encima de cualquier hecho mundano, por relevante que sea.
Las proclamas que podían leerse en las pancartas de aquella manifestación de lujo estaban basadas en la frivolidad. El diseñador quiso explotar esa vertiente superficial que siempre va asociada a la moda y asociarla con una problemática social que lucha cada día por ser tomada en serio. Frases como “los chicos también deberían quedarse embarazados” o “Haz la moda y no la guerra”, entre otros, pueden ser interpretados como una ofensa. Otros directamente ironizaban con hechos de actualidad: “Free the freedom” era una clara alusión al movimiento “Free the nipple” y el mensaje “He for She” (otra de las pancartas que ayer aparecían en el desfile) es también el nombre de la inciativa de la ONU a la que pertenece el discurso que Emma Watson pronunció hace pocos días.
Igual que el punk se convirtió en una estética inocua cuando se subió a una pasarela, la irrupción de Femen en el desfile de Nina Ricci el año pasado, denunciando la cosificación femenina que lleva a cabo la moda, se ha leído bajo las claves de interpretación de este sistema: el feminismo está de moda y, como tal, hay que introducirlo en desfiles y colecciones.
Famosa por fagocitar cualquier movimiento subcultural, vaciarlo de sentido político y convertirlo en tendencia, la moda ha querido ganar eco mediático transformando en algo cool las reivindicaciones de las mujeres. Si la temporada pasada se utilizaron supermercados, envases de detergentes, marcas de hamburguesas y envoltorios de chocolatinas para convertir, vía cinismo, el consumo ordinario y los gustos populares en algo lujoso y elitista, el feminismo tenía que ser la siguiente víctima.
Curiosamente, ciertos mensajes de la protesta Chanel (“La historia es su historia”, “Más tweed y menos tweets”), aludían implícitamente a su fundadora: Coco Chanel fue una revolucionaria de tal calibre que, a día de hoy, un siglo después, sus invenciones siguen estando de moda. Al contrario que en el resto de marcas históricas en activo, la labor de Lagerfeld no es diseñar a partir de la herencia o crear novedades, sino reformular en un continuo bucle los diseños que creó su predecesora.
La revolución Coco Chanel es, sin duda, la más feminista que ha alumbrado la historia del traje. Ella no era una feminista (aunque era un personaje tan provocador y enigmático que resultó complicado saber cuál era su ideología real), pero creó un código de vestimenta basado en la idea de la mujer activa en una época en la que la moda trataba a las mujeres como objetos decorativos (y pasivos): las liberó del corsé, de los tacones, de los aparatosos sombreros y complementos. En su lugar, creó trajes funcionales, bolsos cruzados que liberaban sus manos, pantalones, zapatos planos, diseños inspirados en la ropa de trabajo y toda una serie de elementos que chocaban frontalmente con la idea que la moda tenía de la mujer y que, en la actualidad, siguen siendo relevantes.
Es curioso ver cómo en la falsa protesta de ayer las modelos banalizaban el feminismo con sus pancartas mientras lucían los trajes más liberadores que la moda recuerda. Paradójico. O quizá Lagerfeld, que siempre ha explotado rasgos de la personalidad de Coco en sus creaciones, haya querido inspirarse en el feminismo de su antecesora. El momento no puede ser más pertinente para ello, debió pensar.
En cualquier caso, este desfile siembra la polémica en una semana de la moda que no se ha caracterizado precisamente por generar noticias. Ni buenas ni malas. El problema es que muchos, como suele ocurrir cuando se trata de tendencias y pasarelas, no han hecho dobles lecturas. Las redes se han llenado de alabanzas y los medios de titulares como “Chanel dando voz a las feministas es lo mejor que le ha pasado a la Fashion Week”. Flaco favor para las feministas, además de un motivo más para hablar de la moda como un ámbito opresor y cosificante.
No hay que tomarse en serio la moda, dirán muchos, entre ellos Lagerfeld. Sin embargo, el diseñador alemán sabe mejor que nadie que invocar la superficialidad es una de las mejores formas de hacerse oir.
Precisamente por esto hay que tomarse en serio la moda. Un ámbito al que le gusta regodearse en lo socialmente inocuo es, al final, un ámbito que tiene un impacto social tan implícito como poderoso. Porque a pesar de todo, la moda puede ser política. Y feminista. Porque la historia está llena de casos en los que los diseñadores han propuesto estereotipos femeninos alternativos, han cuestionado la finalidad de la estética y de la idea de belleza actual y han criticado implícita o explícitamente la relación entre el vestido y la mujer objeto. Pero sobre todo, la moda puede ser feminista porque vestirse es un acto político.
El problema surge cuando desfiles, campañas y colecciones, en lugar de dar pie a la reflexión que debería suceder a todo acto implícitamente subversivo, prefieren tirar de obviedades, ser los protagonistas del día y aprovechar una reivindicación para convertirla en un estilo. Lagerfeld es el maestro indiscutible de este segundo grupo, un personaje que se concibe a sí mismo como un semidios capaz de trascender cualquier problemática social, por importante y profunda que sea. Así ha sido y así seguirá siendo, porque, nos guste o no, le ha ido muy bien jugando a este juego. Quizá porque todo (y todos) lo que rodea a esta industria funciona con las mismas reglas.
Via: playgroundmag.net
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