Las mujeres han luchado siempre, en batallas necesarias, históricas, y en su día a día. Han conseguido derechos como el voto femenino que conquistaron las sufragistas de Emmeline Pankhurst; han peleado por la justicia, como las Madres de la Plaza de Mayo de Argentina; se han batido por la paz, como las Mujeres de Negro de Israel y la han conseguido en países como Liberia. Combaten por el fin del sometimiento del patriarcado en Pakistán, India, Egipto, Irán o Arabia Saudí, y en España vuelven a luchar para no perder derechos ya sellados como el aborto.
Sus batallas dejan imágenes para el recuerdo como estas 15 instantáneas icónicas que comentan para El HuffPost Leonor Watling, María Teresa Fernández de la Vega, Carmen Alborch, Luis García Montero, Isaías Lafuente, Anna Ferrer, Ángeles Espinosa, Máximo Pradera, Montserrat Boix, Basel Ramsis, Adela Paéz, Ana Nance, José M. Faraldo, Eulàlia Lledó Cunil y María Ángeles Durán.
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Mayo de 1914. Seguramente ese policía británico, fortachón y bigotudo, colgó esta imagen en el salón de su casa como un trofeo. La mujer que llevaba en volandas, Emmeline Pankhurst, era pieza de caza mayor: la fundadora de la WSPU (Unión Social y Política Femenina), la cara de un movimiento sufragista que ante la indiferencia de los hombres a las palabras había decidido pasar a la acción. Probaron toda forma de protesta: hicieron escraches, se encadenaron ante la residencia del primer ministro y en las verjas del Buckingham Palace, organizaron multitudinarias manifestaciones, se declararon en huelga de hambre cuando fueron encarceladas… Estas mujeres metomentodo, para las que la lengua española acuñó la palabra marimacho cuando ni se imaginaba el sufragismo, no se conformaban con poder estudiar y trabajar, ni querían que los hombres les cambiasen el mundo sino que reclamaban participar en su transformación votando. Emmeline se lo dejó claro al juez tras una de sus detenciones: “No deseamos vulnerar las leyes, sólo queremos hacerlas”. Algo semejante a lo que Clara Campoamor dijo a los constituyentes de la II República: “No podéis venir a legislar sobre la mujer fuera de nosotras, no podéis hacer una democracia con la mitad de los ciudadanos”.
La lucha de Emmeline Pankhurst fue ejemplo para las mujeres inglesas y acicate para las pioneras sufragistas norteamericanas y para las ciudadanas de los países del Imperio Británico. Y su gen rebelde lo heredaron sus hijas Christabel y Sylvia, que la acompañaron en la protesta y la mantuvieron cuando las fuerzas de la madre fueron menguando. Murió en 1928, el mismo año en que se reconoció a las mujeres británicas el derecho al voto sin ningún tipo de limitación. Su vida no había sido en balde. Quizás entonces ese policía británico descolgó de la pared esa fotografía que ya sólo simbolizaba una represión brutal e irracional que únicamente había conseguido posponer lo inevitable. Del nombre del agente y de sus dos encorbatados acompañantes no tenemos noticia. El de Emmeline Pankhurst quedó para siempre en la historia.
Isaías Lafuente. Periodista
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Las madres fundaron un lugar para la verdad. El poeta argentino Juan Gelman, padre de un desaparecido en la dictadura de Videla, afirmó que lo contrario del olvido no es la memoria, sino la verdad. La voluntad de saber es algo más que un deseo de enterarse. Se trata de un acto de lealtad con la vida, de afirmación en el amor personal y en la justicia colectiva. Las madres de la Plaza de Mayo fundaron un lugar para la verdad, la justicia y la reparación. Preguntaban por sus hijos, preguntaban con perseverancia por la vida, por todo lo que necesita ser y estar al otro lado del silencio, la impunidad y el desamparo. Preguntaban por nosotros, porque todos somos una pregunta, todos esperamos a alguien que pregunte por nuestro nombre. Necesitamos un lugar en el que ser citado, en el que citarnos.
Con su pañuelo blanco, las Madres fueron un acontecimiento, uno de los acontecimientos más conmovedores del siglo XX. El siglo de los campos de concentración, de las bombas atómicas, de los grandes dictadores buscó una verdad para consolarse y luchar contra el olvido y la barbarie. Las Madres fundaron un lugar para ella en 1977 y las puertas cerradas se convirtieron en una plaza. Allí bajan los recuerdos a conversar. Un aire limpio cuida las sílabas del tiempo.
Luis García Montero. Escritor
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David Rubinger/ GETTY IMAGES
Aunque la foto está tomada un verano, el movimiento de las Mujeres de Negro surgió el 9 de enero de 1988 durante la primera Intifada. Fue la primera vez que ocho israelíes salieron a la calle en Jerusalén Occidental para manifestarse contra la ocupación del territorio palestino por el ejército israelí. De negro riguroso, repiten la acción tozudamente viernes tras viernes; haga frío o calor. La consigna es clara: «Parad la ocupación» (y una flor). Los israelíes ultraortodoxos y la extrema derecha las odian y las insultan sistemáticamente porque traicionan la imagen tradicional de madre y el modelo de cómo debe ser una judía, quizás por ello las tilden de prostitutas. Actúan a la usanza de las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina y quizás del estrenuo campamento de mujeres levantado delante de la base militar de Greenham Common que -nevara o venteara- se sostuvo muchos años: cortaron alambradas, colocaron amorosamente peucos y baberos en los silos nucleares, pusieron espejos delante de la cara asombrada de los militares...; gesto recogido ahora por las manifestantes ucranianas. Han inspirado, a su vez, a mujeres de todos los continentes.
Forman parte de la Coalición de Mujeres por una Paz Justa, compuesta por decenas de movimientos de mujeres, que se creó tras los acontecimientos de octubre de 2000, cuando la policía israelí mató a trece palestinos ciudadanos de Israel. Trabajan para lograr el fin del conflicto y abogan que Jerusalén sea una capital compartida por ambos pueblos. Las Mujeres de Negro tienen ramificaciones al otro lado de Jerusalén, en zona palestina y se han constituido en el punto de encuentro donde mujeres de Israel y de Palestina se dan la mano. La foto lo pone de manifiesto: la segunda empezando por la izquierda posiblemente sea palestina. En 2001, el Parlamento Europeo les otorgó el Premio Andréi Sájarov por su lucha a favor de la paz. Han sido nominadas al Premio Nobel. Quizás algún día lo ganen. El galardón honraría tanto a las Mujeres de Negro como al jurado.
Eulàlia Lledó Cunil. Doctora en Filología Románica
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REUTERS
Rebelde. La mujer de la fotografía es una rebelde. A algunos les sorprenderá mi afirmación por su vestimenta. Cubierta de negro de los pies a la cabeza con apenas una rendija para los ojos, su apariencia encaja en el estereotipo de la sumisión absoluta… al varón, a la religión o a la sociedad patriarcal. Sin embargo, ella es de Arabia Saudí, el único país del mundo que prohíbe conducir a sus mujeres. Al ponerse al volante no sólo está violando esa absurda ley, sino que está reafirmando su independencia y autonomía.
Las mujeres saudíes no sólo quieren conducir. Aspiran sobre todo a tener personalidad jurídica independiente de los varones que las tutelan a lo largo de su vida (padres, maridos, hermanos, tíos paternos e incluso hijos menores en el caso de las viudas). No las juzguemos por cómo visten sino por sus acciones.
Ángeles Espinosa. Corresponsal en Dubái, El País
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Es el 5 de diciembre de 2012, fecha que simboliza el choque entre dos fuerzas opuestas. Por un lado, la tradicional y antigua representada en este hombre de los Hermanos Musulmanes. Y por otro, la progresista y revolucionaria representada en Shahenda Mekled, uno de los rostros más importantes de los movimientos sociales durante casi 50 años.
La manaza tapó la boca de Shahenda durante unos segundos, pero meses después cayó el poder al que él representaba.
Se puede decir, tres años después de haber comenzado, que la revolución ha fracasado en sus objetivos principales. Pero se puede decir también que hay una mujer egipcia más activa, más presente en los espacios públicos, con voz más alta y con más empeño en conseguir sus derechos. Hace dos semanas, una mujer fue elegida por primera vez en Egipto presidenta de un partido político y su principal contrincante también fue una mujer, gracias a la revolución de las mujeres.
Basel Ramsis. Realizador y productor de cine
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Pray de Devil Back to Hell
Que las mujeres son las que paran las guerras es más cierto en África que en ninguna otra parte del mundo. Y conviene recordarlo porque, a pesar de que existe incluso una resolución de Naciones Unidas que aplaude y promueve la participación de las mujeres en los procesos de paz, esta contribución es, como tantas otras, escasamente reconocida.
Por eso, esta foto podría ser un cartel perfecto del 8 de marzo. Pertenece al documental Pray for the Devil Back to Hell, de Gini Reticker, que nos muestra la acción de las magníficas mujeres que, lideradas por la que más tarde sería Premio Nobel de la Paz Leymah Gbowee, lucharon por la paz, y la consiguieron, en la guerra civil de Liberia. Una paz que consolidó otra mujer africana Nobel de la Paz, Ellen Johnson-Sirleaf, que hoy sigue siendo presidenta de Liberia en su segundo mandato. Mujeres=paz. Una fórmula sin incógnita.
María Teresa Fernández de la Vega. Presidenta, Fundación Mujeres por África
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KEVIN FRAYER/AP
Las mujeres indias saben que cualquier tipo de violencia, discriminación y exclusión les afecta a todas por igual, independientemente de su casta, edad o nivel educativo. Desde el caso de Amanat, han iniciado un camino sin retorno para vindicar su propia autonomía, para tomar conciencia y asumirse sujetas de derecho. Ahora denuncian sin miedo, incluso poniendo en peligro sus vidas, pues las garantías legislativas y políticas aun son insuficientes para proteger y promover sus derechos. Y, aunque cada 20 minutos una mujer es violada en la India, ellas están perdiendo -por primera vez- el miedo al patriarcado. Hoy, más que nunca, su presencia se hace visible en el espacio público, el que fue largamente concebido como terreno exclusivo de los hombres. La acción de las mujeres nace del poder colectivo, porque juntas y organizadas son la verdadera fuerza del cambio.
Anna Ferrer. Presidenta y directora ejecutiva, Fundación Vicente Ferrer
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REUTERS
La escuela es el primer peldaño en el acceso a la educación. No solo es el lugar donde se aprende, sino que ahí se enseña a pensar, se cuajan amistades y se interacciona en igualdad. A Malala intentaron matarla para escarmentar en ella a todas las niñas que intentan saber y pensar por su cuenta, para evitar que luego se conviertan en mujeres libres y activas, menos propicias a la subordinación y al fanatismo. Todos los que hemos visto de cerca las barreras al pensamiento que se alzan antes de llegar a las aulas, en las aulas, y, más tarde, en los contenidos de la educación y en los temas propiciados o abandonados por la investigación, nos sentimos identificados con Malala. Le damos las gracias, le deseamos suerte en la vida y le ofrecemos nuestro apoyo.
A Malala le dediqué publicamente, en junio del año pasado, mi doctorado honoris causa por la Universidad de Granada. A ella y a la multitud de heroínas anónimas que, como ella, lucharon por el derecho a la educación, le debemos hoy todos los otros derechos que sin una educación compartida nunca hubiéramos conseguido.
María Ángeles Durán. Catedrática de Sociología y profesora, CSIC
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Hay dos tipos de activismo, el que juega con las reglas que hay -para intentar ganar y cambiarlas- o el que rompe la baraja y propone un juego nuevo. El colectivo ruso de punk-rock feminista Pussy Riot claramente pertenece al segundo grupo, herederas en lo social de las suffragettes miembros de la Unión Social y Política de las Mujeres -sin ser tan radicales, lo que las aleja de FEMEN por ejemplo- y artísticamente del punk (Bikini Kill) y movimientos como el Riot grrrl.
Personalmente lo que más me interesa de este colectivo es el alcance que consiguen trabajando con tan pocos integrantes (25 miembros, entre técnicas e intérpretes), aprovechando las nuevas tecnologías y asumiendo el poder que tiene el espectáculo en nuestra sociedad. Siempre aparecen con la cara cubierta, colores llamativos y canciones originales de gran carga política y social: crítica y concreta. No publican discos, todas sus canciones y sus vídeos/acciones de protesta se cuelgan en la red.
En febrero del 2012 realizaron una de éstas acciones en la Catedral de Cristo Salvador en Moscú, las consecuencias fueron dramáticas: dos años de cárcel para dos de sus miembros. Pero lograron captar la atención de asociaciones de derechos humanos de la importancia de Human Rights Watch o Amnistía Internacional y a gran parte de la prensa y la intectualidad internacional.
Consiguieron su objetivo; poner al descubierto la desproporción de la represión del Gobierno de Putin con cualquier tipo de oposición y el enmarañamiento de ese Gobierno con la iglesia, al tratar el delito no como una ofensa o blasfemia, sino como un crimen de incitación al odio.
Leonor Watling. Cantante
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EFE
La primera vez que vi unas fotografías de Femen en acción se trataba del grupo original, ucraniano. La piel cubierta de palabras escritas en negro, en la cabeza la corona de flores trenzada, tradicional en el campo eslavo. La imagen no podía ser más poderosa y a la vez inquietante. Turbaba la presencia de unos pechos que podían ser cifra tanto del sexo como de la maternidad, pero que aquí lo eran de su propia esencia como mujeres. Las primeras imágenes de las Femen exudaban violencia, con los uniformes grises de la Milicia ucraniana estorbando sus acciones, las manos de los milicianos sin saber del todo dónde aferrarse, la piel retorcida bajo el empuje de los policías embrutecidos. Era algo nuevo y que, se creyera en ello o no, no se podía por menos que admirar: la valentía de unas mujeres luchando sin más armas que su propio cuerpo contra un patriarcado especialmente patético.
Quién nos iba a decir entonces que la contrarrevolución política en España nos llevara a contemplar esa misma escena en el Parlamento español. El gesto de reto y poder de las Femen en el Congreso, los ujieres sin saber cómo pararlas, el puño en alto como símbolo de una lucha. Lecciones de un Este de Europa que nos habían caricaturizado siempre. Los atrasados somos nosotros.
José M. Faraldo. Profesor de la Universidad Complutense, especialista en Europa Oriental
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EFE
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EFE
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Facebook
Ellas quieren saber la verdad. Ellas quieren que los causantes de su dolor asuman responsabilidades. Ellas lloran a sus muertos con entereza y reivindican trasparencia con enorme dignidad, valentía y perseverancia. Ellas, mujeres de distintas generaciones, han seguido desplegando su pancarta sin poder entender que la sociedad valenciana no reaccionara con rotundidad, exigiendo masivamente el esclarecimiento de los hechos y la asunción de responsabilidades por el inmenso daño causado, 43 muertos, 47 heridos, por un accidente que podía haberse evitado. Ellas no sólo quieren justicia sino impedir, con todos los medios a su alcance, que el drama pueda repetirse. Con su constancia han conseguido que la verdad no quede dormida, que se vayan despertando conciencias y se abran nuevos cauces para conocer la verdad. Que haya esperanza, en definitiva.
Ellas, tejiendo redes y generando complicidades, han logrado que la concentración del día tres de cada mes sea multitudinaria. Siempre han dado las gracias a quienes hemos acudido desde hace 7 años a exigir la verdad y a acompañarlas en su dolor. Ahora, como dice la presidenta de la asociación Beatriz Garrote, somos más fuertes. Nos sentimos orgullosas de ellas.
Carmen Alborch. Senadora por Valencia, PSOE
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AFP
Nina de Chiffre besa en la visera del casco a un antidisturbios durante una manifestación en contra de la construcción de una línea de alta velocidad entre Francia e Italia. La foto que se ha hecho famosa es la del beso –el gesto de la boca entreabierta es de una sensualidad turbadora, la estudiante parece una Angelina Jolie de veinte años iniciando una secuencia tórrida.
Pero hay otra imagen más fuerte: Nina se humedece los dedos con saliva y entra con su mano por debajo de la visera para mojar los labios del policía. ¿Una agresión sexual? Yo creo que es más bien un gesto de burla. Como diciendo: “Eres un capullo, podrías estar en mi casa haciéndome el amor (el policía es muy sexi) en vez de aquí en la mani, intentando meterme miedo”.
Yo la habría absuelto. Para mí Nina es ya un icono del movimiento pacifista del siglo XXI. Como lo fue en el XX aquella otra chica que se atrevió a meterle a un soldado portugués un clavel en la bocacha.
Máximo Pradera. Humorista y periodista
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Sergei Chuzavkov/ AP
Esta fotografía es muy impactante. Uno de los principales factores que determinan la fuerza de una foto con gente son los ojos. Fíjense en la mujer del medio, la expresión y el hecho de que mira hacia abajo con vergüenza y sabiduría, enfrentada al pobre joven policía reflejado. Los ojos de él nos muestran inseguridad e ignorancia. Yo leo que no tiene experiencia aun en la vida y no tiene ni idea de qué esta haciendo. Probablemente ni sabe lo que opina de todo lo que tiene adelante, tiene dudas y miedo, y a la vez parece muy inocente, de ahí la ignorancia. Ella sabe y él no sabe. El saber, como una causa, conlleva fuerza. Cuando un pueblo defiende sus derechos, queda justamente capturado como es el caso de esta foto, que habla sola. La fotografía tiene el poder de más de mil palabras, de hacernos pensar y reflexionar, puede cambiar el mundo, igual que la fuerza de estas mujeres. Siento dolor por lo que está pasando, lo que sufren, y les envío mis mejores deseos para que consigan la independencia de Ucrania y toda su gente. Ellas saben lo que está bien y lo que no.
Ana Nance. Fotógrafa
Via: huffingtonpost.es
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