Feminismo en topless: cuando la bomba más atómica es el …

“¡Nuestro Dios es mujer! ¡Nuestra misión es protestar! ¡Nuestras armas son nuestros pechos desnudos! Así nace Femen y comienza el Sextremismo”. El manifiesto no deja lugar a dudas. Son cuatro, son chicas y están muy –pero que muy- cabreadas. En el año 2008, Anna Hutsol, Inna Schevchenko, Oksana Shanchko y Alexandra Shevchenko saltaron a la opinión pública llenas de ira y con poquísima ropa. “Ucrania no es un burdel” fue su grito de guerra. Se referían al fenómeno de turismo sexual alrededor del fútbol que se generó en Kyiv. Femen había comenzado a levantar ampollas. Y vaya que lo consiguieron.

El grupo feminista de protesta ucraniano hoy reúne a más de 300 integrantes –algunos, valga decir, son hombres-. Defienden su derecho a protestar a través del topless y la desnudez como arma política. “Contra los hechos, pechos”, aseguran. De formación marxista y un anticapitalismo furibundo, se dieron a conocer con una simbología que hoy las identifica; los pechos descubiertos –su divisa es ¡Mi cuerpo es mi arma!- y una corona de flores en la cabeza –signo de heroísmo y feminidad-. Su nombre, Femen –que significa muslo, una variante de fémur en Latín- lo eligieron por azar. Pero les gustó. Y así se quedaron. Esta historia –y el significado de su protesta- es lo que cuentan en el libro En principio era el cuerpo (Malpaso, 2014), un volumen con el que el sello barcelonés retoma el ensayo Desorden Púbico, dedicado a las Pussy Riots.

“¡Nuestro Dios es mujer! ¡Nuestra misión es protestar! ¡Nuestras armas son nuestros pechos desnudos!"

El suyo, insisten, es un feminismo tajante, rabioso y espectacular que rebasa los límites de la moral masculina para arrojar también sus maldiciones sobre la pobreza, la explotación, el despotismo o las iglesias (todas). Ese activismo les ha valido palos, encierros, prohibiciones y censuras consternadas, pero las chicas de Femen siempre han contado con el escudo de una formidable cobertura mediática. Para algunos ingenuas, para otros unas oportunistas, las integrantes de Femen han descubierto, con tremenda lucidez que la bomba más atómica es el espectáculo.

Convencidas de que la religión es un instrumento del patriarcado para dominar a la mujer, van contra todo estamento religioso, desde el Islam –en 2010 se pronunciaron por la lapidación de Sakineh Mohammadi-, pasando por la Iglesia Católica hasta la Iglesia Ortodoxa. Sus protestas, cada vez más visibles -y deliberadamente vistosas- actúan contra lo que consideran los tres instrumentos del patriarcado: la industria del sexo, la dictadura y el clericalismo. A lo que se suma, claro, las reivindicaciones anticapitalistas. Según Femen, las mujeres son las primeras víctimas de la miseria “impuesta por los dueños del mundo”.

Han tocado la campanada en la catedral de Kyiv, se saltan las barreras del Foro de Davos, se pasean ante los francotiradores apostados en lo alto de los edificios, protestan con los pechos desnudos frente a la gran mezquita de Estambul y atacan a los integristas católicos disfrazadas de monjas con el eslogan In gay we trust escrito en su piel. La mayoría proveniente de ciudades remotas y familias humildes creyentes, el libro relata personaje por personaje quién juega qué rol en el grupo.

Han tocado la campanada en la catedral de Kyiv, se saltan las barreras del Foro de Davos y protestan con los pechos desnudos frente a la gran mezquita de Estambul

Al leerlas por separado y en conjunto –al constatar no solo su corta edad sino de dónde viene cada una-, las contradicciones se hacen más visibles y potentes. Oksana, por ejemplo, creció con una madre alcohólica a la que intentó redimir y estuvo a punto de tomar los votos como religiosa; Shasha, que nació apenas un año antes de la caída del muro de Berlín, era hija de un militar destinado en Alemania del Este y creció en el seno de una familia bien avenida; Anna forma parte de una pequeña etnia que habita desde hace años en las montañas de los Cártaros y que habla un dialecto ucraniano, creció en un pueblo que solo vivía de vender leche al Estado soviético, al calor de un hogar disfuncional que le produjo ataques de ansiedad. Finalmente está Inna, una chica que dice haber nacido en “un agujero dejado de la mano de Dios”, en Jersón, Ucrania, y aunque de pequeña sus únicos amigos eran los árboles, se reconocía como una niña “razonable”.

A casi todas la Revolución Naranja les sirvió de catalizador, aunque no por ello escatiman en críticas. “A pesar de ser muy joven, entendía que Yanukóvich no podía representar los intereses de nuestro país ni los míos”, cuenta en el libro Inna Schevchenko. “Para mí la Revolución Naranja sigue siendo una fuente de inspiración y un maravilloso recuerdo pero resulta difícil asociar favorablemente a Timoshenko con esta revolución. ¿Por qué pensar que Timoshenko hubiera sido mejor que Yanukóvich? Era más guapa, se vestía con elegancia y llevaba tacones. Pero ¿qué más? ¿Ha hablado alguna vez de la situación de las mujeres? ¿Ha contribuido a la igualdad entre hombres y mujeres? La respuesta es no”, afirman.

Timoshenko era guapa, vestía con elegancia y llevaba tacones. Pero ¿qué más? ¿Ha hablado alguna vez de la situación de las mujeres?

Escrito con la ayuda de la periodista Galia Ackerman, en las páginas de este libro Femen reflexiona sobre sus métodos de protesta sin renunciar además a la autocrítica: “Nuestras primeras acciones eran muy teatrales”, dicen. Con el paso del tiempo, fueron afinando sus postulados más importantes, entre ellos el “sextremismo”, una táctica que entiende la rebelión de la sexualidad femenina a través de acciones políticas directas. Ellas mismas lo definen como una táctica no violenta pero muy agresiva del nuevo feminismo. Su objeto es muy claro: la “victoria total sobre el patriarcado”.

De hecho, la formación de “sextremistas” -con reclutamiento en Ucrania, Francia, Alemania, Brasil y Egipto- se lleva a cabo en centros de entrenamiento en Francia y Ucrania. Entran candorosas jovencitas entusiastas y salen convertidas en soldados. Allí aprenden lucha cuerpo a cuerpo, a dejarse tumbar en el suelo sin romper ni una parte de su cuerpo, defensa personal… “Yo me ocupo de transformar a una joven voluntaria en una verdadera militante. Me siento como una verdadera creadora”, dice Inna, la encargada de los entrenamientos.

En sus campos de entrenamiento aprenden lucha cuerpo a cuerpo, a dejarse tumbar en el suelo sin romper ni una parte de su cuerpo...

Uno de los puntos en los que se echa en falta más precisión es el que tiene que ver con las fuentes de financiación. Según afirman ellas mismas, Femen acepta donativos de quienes comparten sus ideas y métodos de lucha. También vende ropa y accesorios con sus símbolos. Dicen no depender de ningún inversor y se niegan a recibir cualquier ayuda por parte de los partidos políticos. Una cosa tienen muy clara: a los medios de comunicación, carta blanca. De ellos depende buena parte de su impacto –curioso que los medios no les parezcan una extensión del patriarcado- y lo saben. “Cuando comenzarnos a quitarnos las camisetas, nos dimos cuenta de que los medios de comunicación nos fotografiaban sin pancartas. Fue entonces cuando descubrimos que debíamos pintar nuestros eslóganes sobre el cuerpo para que calara nuestro mensaje y no simplemente la visión de nuestros pezones”.

Via: vozpopuli.com


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