Con los pechos al aire, coronas de flores en la cabeza y consignas pintadas en el torso que rezaban "Nuestro Dios es una mujer", "Soy libre" o "Musulmanas, desnudaos", las militantes del movimiento feminista ucraniano Femen inauguraron hace unos días su nueva sede parisina, situada en el barrio árabe de la Goutte d'Or.
"Con este primer centro internacional, aspiramos a captar combatientes francesas y de otros países para la causa. Aquí las entrenaremos para convertirlas en soldados de la lucha feminista", declaró entonces su líder Inna Shevchenko, que a finales de agosto huyó a Francia con un visado de turista, tras haber derribado una cruz ortodoxa con una motosierra en Kyiv (Ucrania).
Aquel acto de rebeldía blasfema fue ejecutado, al parecer, en memoria de las víctimas de las represiones estalinistas. Y para denunciar, de paso, la persecución judicial a la que están siendo sometidas en Rusia las integrantes del grupo musical Pussy Riot tras haber cantado una "oración" punk contra Vladimir Putin en Moscú.
¿Cómo se entrena una combatiente feminista?, le preguntó alguien a la carismática Inna. "Pues hay ejercicios psicológicos, teóricos, deportivos: el programa es muy completo. Pero sobre todo, se entrenan para correr y escapar de la policía y para manejar una motosierra", replicó bromeando. "En Francia hay muchas organizaciones feministas tradicionales, pero no hay ninguna que represente el nuevo feminismo", añadió Shevchenko para después definir este último como "sextremismo" o "terrorismo pacífico".
Efectivamente, en el Hexágono existe un nutrido grupo de organizaciones como Osez le Féminisme!, Les Chiennes de Garde (Las Perras de Guardia) o La Barbe, cuyos nombres son el fiel reflejo de su activismo. Y lo cierto es que, en términos de paridad, el gobierno galo está formado al 50% por mujeres y el número de diputadas en la Asamblea Nacional es más elevado que nunca. Pero este tipo de triunfos del igualitarismo a las cañeras chicas del Femen les suena tan inocuo como el hecho de haber logrado desterrar el término mademoiselle de los formularios oficiales.
"Vine, me desnudé y vencí"
Este colectivo, cuyo eslogan es "Vine, me desnudé, vencí", (parafraseando el latinajo "Veni, vidi, vici"), nació hace cuatro años en Ucrania y pronto se dio a conocer en todo el orbe por sus manifestaciones contra el machismo realizadas siempre en topless, ya que la desnudez forma parte de su estrategia libertaria.
Tras pasearse con los senos al aire por Ucrania, Rusia y Gran Bretaña, su "guerra contra el machismo y el patriarcado" llega ahora a esta parte de Europa, donde el conflicto entre religión y laicismo, charia y ley republicana, tradiciones musulmanas y vida urbana está más acentuado que nunca. Ilegalizado en su país, "por razones de orden público", el movimiento se ha registrado como asociación en París y ha ido a instalar sus oficinas precisamente en el 19ème arrondissement, un barrio norteño de tradición emigrante donde se suelen ver diariamente, ¡ay!, más velos que escotes.
Allí, se las puede localizar en el Lavoir Moderne Parisien (LMP), un teatro de barrio que se hallaba a punto de echar el cierre y cuyo gerentes, sensibles a la causa, han decidido cederlo a las Femen. ¿Quién paga todo esto? "¡Han llegado a decir que nos financiaba Obama, Soros o incluso Putin! Pero no es cierto. Tenemos una tienda en Internet en la que vendemos camisetas. Contamos con pequeños donantes e intentamos que nos inviten con todos los gastos pagados cuando viajamos al extranjero".
"Yo me desnudo por mi libertad", ha declarado Chevtchenko a Radio France. ¿No es violento derribar una cruz de madera con una motosierra como hizo usted en el centro de Kyiv?, le inquiere la locutora. "No creo que destruir un pedazo de madera sea más violento que arrestar a tres militantes pacifistas, como les ha ocurrido a las Pussy Riot. Aquella protesta fue en solidaridad con ellas, fue una acción política y un gesto ateo, puesto que Femen es un movimiento anti-religioso".
¿No es contradictorio ser feminista y al mismo tiempo utilizar su cuerpo para tener impacto mediático? "Hace tiempo que entendimos que nadie nos quiere escuchar ni ayudar, pero sí mirarnos cuando estamos desnudas. Por eso, utilizamos el cuerpo para llamar la atención sobre nuestros eslóganes. La diferencia es que nosotras controlamos nuestra propia desnudez, ningún hombre está utilizando mi cuerpo. Yo sería incapaz de hacer topless en la playa, pero cuando me manifiesto, tengo la impresión de llevar mi uniforme de trabajo", explica.
Rubia, alta, 22 años, hija de militar, originaria de Jersón –un puerto a orillas del mar Negro–, ex estudiante de periodismo y también empleada del servicio de prensa del Ayuntamiento de Kyiv, Inna cuenta que, en su país, las mujeres siempre han sido tratadas como esclavas. "Son esclavas en su casa, en el trabajo, en las calles. En todo el mundo, la gente trata a las ucranianas como prostitutas", señala. De ahí su lucha.
Via: elmundo.es
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