Hace siete años, en un país donde asfixian el turismo sexual y la trata de personas, activistas ucranianas de Femen disparaban la consigna “Mis tetas son mi mejor arma”. Aún bajo sospecha de un oportunista afán de protagonismo, proclamaban con sus torsos desnudos y las pieles intervenidas que “Ucrania no es un burdel y sus mujeres no son putas”. En cada una de las manifestaciones donde esos cuerpos se expusieron a las cámaras y a la mirada del mundo, la policía los tapó con abrigos para ocultarles los pechos como si fueran esos parientes que las familias esconden. La anécdota viene a cuento porque algo similar le sucedió en estos días a Inés Estévez, aunque a esta última no le vomitó su furia el sistema sino el machismo mediático y seguidores asociados, mascotas ladradoras de las redes sociales y los comentarios al pie. La Estévez había participado en una fiesta cool de la noche porteña, el Yelloween, una especie de previa del Halloween, en el Palacio Piccaluga, bella en su vestido de corte geométrico. La Nación cubrió el evento y lanzó en primera bomba, un “Dejaba mucho a la vista”. El veneno había sido inoculado y, se sabe, no se necesita de grandes dosis para que haga efecto en los lectores del diario, siempre tan reactivos a las libertades diversas que puedan correrles los patitos de la fila. Muchxs se preguntaron, incluida la propia damnificada, el porqué de tanta ira, de tanto agravio amontonado por lo que traslucía la gasa de un escote. El daño era un despropósito arbitrario y absurdo, pero estaba hecho.
La actriz se indignó, y cómo no hacerlo cuando se detectan las resistencias y las condenas al derecho de ser dueña del propio cuerpo, de cómo elegir manifestarlo, sea en lo que se apenas se sugiera o en las exhibiciones transgresoras de las diferencias que remiten a otros derechos, sexuales y reproductivos, al derecho de decidir sobre el propio cuerpo, sobre las identidades de género, sobre lo autopercibido, dispositivos para desactivar las perversiones de la heteronorma. Nunca alcanzan los salvoconductos contra las fobias reaccionarias, y el caso es que Inés redobló la apuesta. Se sacó una –debe decirse- hermosa foto en el dormitorio con sus tetas en primer plano, pero allí también estaban los vellos a contraluz de sus brazos desnudos, la continuidad de su vientre, el rostro inclinado hacia la armonía de lo que tanto lastima a ojos cargados de odio, en respuesta “al verdadero motivo de una suerte de resistencia contra la estupidez humana” con un descargo vía Facebook. “Estimados lectores, ante vuestra inquietud acerca de mis glándulas mamarias, y respetando sus opiniones como espero que logren respetar mis elecciones, procedo a regalarles una imagen recién capturada; confiando en que el buying que han ejercido contra esta servidora mermará o se incrementará en proporción directa a vuestra inteligencia, humor y sentido común. A LA NACION le auguro un futuro cada vez más exitoso a juzgar por la calidad de las temáticas que expone. No creo que el cuerpo humano ofenda, ya que es la obra de ingeniería más perfecta jamás creada, sin importar raza, edad o discapacidades. Tampoco creo que haya que apoyar la cultura de la perfección, pues el resultado de ello deriva en cirugías, rellenos, mutilaciones, anorexias y bulimias entre otras delicias, –tendencias que seguramente también se llevarían vuestras críticas–. De modo que les propongo lo siguiente: aceptar la armonía de cada singularidad; evitar la tiranía de la eterna juventud, vivir y dejar vivir, y que cada uno de los que ha escrito algo en contra de mi escote suba una foto de sus pectorales en mi página www.facebook.com/inesestevezoficial. Allí, para sus ansias de crítica destructiva, verán una reciente fotografía de mis tetas, tomada esta misma noche en una posición natural y hasta desfavorecedora, sin siliconas ni photoshop. Orgullosa estoy de ellas.” Fb censuró la imagen en su antigua política de “pezones cero”, con un discurso público de la decencia y el deber ser en las redes hasta extremos patológicos. Marga Villoria, de Femen España, advierte que “los pechos se censuran; sólo pueden usarse para vender cosas o para alimentar hijos. Fuera de esos contextos, la gente se desconcierta. Y esa censura es uno de los tentáculos del sistema patriarcal.” Inés, más telúrica, despejó la cuestión: “Inauguramos nuevo tema: en Facebook acaban de inhibir mi acceso y de eliminar la famosa foto tetil. ¡DIOSSSS! ¿En pleno siglo 21? Señor feisbu, andate vos también al carajete”.
Via: pagina12.com.ar
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