Con alguna frecuencia los pro etarras profanan las tumbas de las víctimas del terrorismo. Humillar la memoria es una manera de matar dos veces, de llevar el odio hasta más allá de la muerte. Con el mismo espíritu, la multinacional feminista Femen ha profanado el cementerio de Paracuellos, donde yacen unas 5.000 personas asesinadas por el Frente Popular –o sea, las izquierdas- durante la guerra civil.
Las de Femen dicen que su propósito es manifestarse contra la conmemoración del 20-N, aniversario de la muerte de Franco y de José Antonio Primo de Rivera. O sea que la profanación se inscribe en la corriente de revanchismo histórico inaugurada por Zapatero. Ahora bien, ¿qué culpa tienen los muertos de Paracuellos? Los que ahí yacen fueron asesinados por sus ideas o su fe; ni siquiera participaron en acciones bélicas. Los de Paracuellos nunca fueron verdugos; fueron simplemente víctimas.
¿Recordamos los hechos? A principios de noviembre de 1936, con el Madrid rojo cercado por las tropas de Franco, el gobierno del Frente Popular huye de la capital y encomienda su defensa a una Junta presidida por el general Miaja. La junta, por recomendación soviética, acomete el exterminio de todos los presos de las cárceles de Madrid susceptibles de pasar al bando sublevado si la capital cayera: militares, funcionarios, etc. Pero eso era la teoría, porque, en la práctica, la realidad será aún más brutal. Durante los meses anteriores, las cárceles de Madrid habían ido poblándose de ciudadanos delatados como religiosos, católicos practicantes, derechistas, monárquicos, etc. El gobierno del Frente Popular, en su fuga, había dejado preparadas largas listas de presos políticos a disposición de las milicias del PSOE, el PCE, la UGT y la CNT. A partir del 6 de noviembre, los milicianos echan mano de esas listas y, prisión tras prisión, sacan de allí a los “sospechosos”. El pretexto es que van a trasladarlos a otras cárceles lejos del frente. La verdad es que van a llevarlos al paraje de Paracuellos del Jarama para asesinarlos en masa. El principal ejecutor de la operación es el flamante consejero de Orden Público, Santiago Carrillo. En este periodo caen asesinadas unas 2.400 personas en Paracuellos. Y no serán las únicas.
Según la Hermandad de Nuestra Señora de los Mártires de Paracuellos, hay enterradas en este cementerio unas 4.200 víctimas totalmente identificadas –sin exhumar- procedentes de las cárceles de Ventas, Porlier, San Antón y la Modelo. Otras víctimas caídas en distintos lugares de Madrid fueron exhumadas tras la guerra e inhumadas también en Paracuellos, elevando la cifra a 4.900. No es posible saber el número exacto de personas enterradas en Paracuellos ni tampoco es factible su identificación completa. Tampoco se sabrá nunca el número preciso de los allí asesinados. Por comparación de informaciones y contraste de las distintas fuentes, el número de víctimas enterradas hoy en aquel paraje puede evaluarse en torno a las 5.000, quizá más, entre víctimas identificadas y sin identificar. Esos son los muertos sobre los que han escupido las hidras histéricas de Femen.
Los de Paracuellos no son caídos en un frente de batalla, ni jerarcas de un bando en guerra, ni siquiera –en la inmensa mayoría de los casos- figuras políticamente significativas. Los de Paracuellos son españoles asesinados porque eran católicos –menores de edad incluidos-, o porque tenían familia en el otro lado, o porque el portero de su finca los había denunciado como derechistas, o… Puede entenderse –aun como patología- que hoy el revanchismo lleve a atacar a los que vencieron, pero es francamente difícil comprender cómo alguien puede considerar enemigos a los que, simplemente, murieron.
“Manifestarse contra el 20-N”, dicen las de Femen. Acto fallido: lo que realmente quieren estas bestias no es denunciar a los verdugos de un bando –su pretexto habitual-, sino matar de nuevo a las víctimas del otro. El sitio de las Femen no está entre quienes reciben los tiros, sino entre quienes aprietan el gatillo. Estas señoras –valga el término- se han retratado: son incompatibles con una sociedad civilizada.
P.S.: La profanación de cementerios es un delito tipificado en nuestro código penal. El artículo 526 reza así: “El que, faltando al respeto debido a la memoria de los muertos, violare los sepulcros o sepulturas, profanare un cadáver o sus cenizas o, con ánimo de ultraje, destruyere, alterare o dañare las urnas funerarias, panteones, lápidas o nichos será castigado con la pena de prisión de tres a cinco meses o multa de seis a 10 meses”. ¿Quién tiene que actuar?
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