La búsqueda de informaciones en la red constituye ya una información en sí misma. Así, buscar en qué consiste ese movimiento feminista nacido en Ucrania, FEMEN, que ha saltado a las portadas con ocasión de la reciente Eurocopa, supone visionar, o no, cantidad de vídeos o de fotos de mujeres jóvenes ofreciendo todo un muestrario de pechos al aire y manifestándose alegremente en la vía pública. ¿Informaciones escritas? Muy pocas. Aparentemente, el interés del fenómeno no va más allá de la exhibición, ni de la risa de los mirones. Sin embargo, la irrupción en la escena feminista mundial, y en la simple escena política, de militantes en toplessno debiera pasar inadvertida y bien pudiera incluso ser tema de reflexión.
Nacido a comienzos de 2008 como un clásico episodio feminista, es en 2009 cuando las militantes de FEMEN deciden actuar en topless, con flores prendidas en sus cabellos y con eslóganes pintados en el pecho. Desnudas de cintura para arriba, se presentaron ante la embajada de Irán en Kyiv para protestar contra la ejecución, posteriormente suspendida, de Sakineh Mohammadi, y ante la de Turquía contra el turismo sexual que los turcos practican en Ucrania. Ante el KGB de Bielorrusia al grito de “libertad para los prisioneros políticos”. Contra la Iglesia católica polaca, que quiere hacer prohibir el aborto. Contra el burka en París, cuyo vídeo en internet ha sido visionado millares de veces. Así como, también en París, ante el domicilio de Dominique Strauss-Kahn, por el asunto que todos conocemos, y ante la embajada de Italia en Kyiv con gritos de “¡Berlo ciao!” dedicados a Berlusconi. Y hasta en el Vaticano, donde una de ellas mostró una pancarta contra la doctrina patriarcal del Papa, fundada en una visión medieval del papel de las mujeres en la sociedad.
Las cuestiones que motivan sus intervenciones son numerosas y de índole política: democracia, racismo, pobreza, derechos de las mujeres, derechos medioambientales, corrupción, contra la prostitución, contra las agencias matrimoniales que ocultan un tráfico sexual internacional y, sobre todo, contra el turismo sexual en Ucrania, su leit motiv principal, reactivado con ocasión de la Eurocopa de fútbol de 2012, celebrada en ese país y en Polonia. No todos se toman a risa la espectacular provocación de FEMEN. La veintena de jóvenes mujeres que forman el núcleo del movimiento, la mayor de las cuales tiene menos de 30 años de edad, ya han probado lo que son las comisarías de policía y las palizas sin contemplaciones. En Rusia, por ejemplo, donde el poder parece tener menos sentido del humor que otros, su “acto simbólico” contra la elección de Putin, valió a tres de sus militantes una estancia en prisión, sin ropa e incomunicadas, con una temperatura exterior de 5 grados bajo cero. Y en Donetsk, con ocasión del partido Ucrania-Francia, fueron golpeadas y encerradas en una morgue durante nueve horas, acusadas de “ultraje al público… y de ensuciar la imagen del país”.
Desde su primera manifestación, FEMEN ha hecho su aparición, además de en los lugares citados, también en Alemania, Italia, Estados Unidos, Holanda e incluso en Túnez. La militante Alexandra Shevchenko reveló a la televisión rusa que se proponían intervenir en Oriente Próximo. Su ambición es la de asistir a una auténtica “revolución de las mujeres” en 2017, al cumplirse el centenario de la revolución bolchevique.
Pero desde luego su principal caballo de batalla es el del comercio del sexo en Ucrania. A pesar de que el país tenga la tasa más alta de seropositivos de Europa, Kyiv es un destino codiciado por el turismo sexual. Menos popular que Tailandia —cuya capital reconoce albergar 600.000 jóvenes prostituidos de ambos sexos, de los cuales el 40% son menores—, pero de gama más alta. La prostitución es ilegal en Ucrania, como en todos los países de la antigua Unión Soviética. Sin embargo, en el mismo aeropuerto les son ofrecidos a los turistas unos detallados prospectos al efecto y no es raro encontrarse con condones sobre las mesillas de noche de las habitaciones de hoteles, de lujo o no tanto, que organizan ellos mismos los desfiles de chicas de suburbios ante los hombres de negocios occidentales de turno. O los autobuses llenos de colegialas como recibimiento de los negociantes turcos recién llegados para asistir a una feria textil. “En este país una mujer nace para ser un objeto sexual” dice Viktor Svyatski, uno de los hombres de FEMEN, a la periodista rusa Yuliya Popova.
Su ambición es una auténtica “revolución de las mujeres” en 2017
“Ucrania no es un burdel” gritan incansablemente las militantes, con sus voces y sus cuerpos, en la colina situada ante el Consejo de Ministros de Kyiv o en la Plaza de la Independencia, lugar emblemático de la revolución naranja. “Las ucranianas van a menudo en short. Eso forma parte de nuestra cultura. Pero no están en venta… Los extranjeros no tienen que venir aquí si no saben comportarse” explica Anna Hutsol, la fundadora del movimiento, que habla de un “virus del turismo sexual que parecen contraer los extranjeros que visitan Ucrania. Si una actitud sexy puede ayudar a hacerles comprender nuestro punto de vista, tanto mejor”.
Ante la perspectiva de un millón de espectadores extranjeros para la Eurocopa 2012, las autoridades habían decidido movilizar a todas las fuerzas de represión. Pero la ocasión era demasiado golosa para las feministas de FEMEN. El 21 de mayo Inna Shevchenko intentó robar el trofeo en disputa, como símbolo fálico por excelencia. Días más tarde, otra de ellas se disfrazó de pene en un acto público relacionado con el torneo. Y, con el cuerpo tatuado con un “Fuck Euro 2012”, allí estaban ellas en el estadio el día de la inauguración, blandiendo unos extintores con los que rociaron de espuma blanca a los fans.
Pero ¿por qué elegir la provocación sexual para luchar contra la explotación sexual de las mujeres? ¿Por qué optar por el topless en favor de tan noble causa? A menudo se les ha acusado, por parte de las feministas ucranianas o de otros lugares, de no ofrecer una imagen positiva del feminismo. “¿Acaso se puede luchar contra la industria mundial del sexo disfrazándose de trabajadoras del sexo?”. “Si nos disfrazáramos de fregonas no llamaríamos la atención” afirma Anne Hutsol con convicción. Son pocos los que hasta hoy comprenden y aprecian esa alteración de los símbolos. Esa irrisión violenta del deseo “irreprimible” del hombre. Esa toma del falo como rehén. O, de un modo más vulgar, una actitud del tipo “¿No querías de esto? ¡Pues aquí lo tienes!”. Y, a un nivel más profundo, la afirmación de que muchas veces con la palabra no basta. Que el cuerpo puede y debe acompañarla. Y sobre todo, quizá, que el cuerpo de las mujeres les pertenece a ellas, que tienen todo el poder sobre él y que pueden utilizarlo como mejor les parezca. Por ejemplo, abortando.
Nicole Muchnik es periodista y escritora.
Traducción de Juan Ramón Azaola
Via: elpais.com
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