Pechos «al vent»


G. GARCÍA-ALCALDE

Ver a Rouco Varela acoquinado en la calle por un grupo de manifestantes del movimiento Femen con sus pechos «al vent», suscita variadas interpretaciones, según la sensibilidad de cada cual. La forma puede ser cuestionable pero no el fondo, que es la intransigencia frente a cualquier involución de los derechos civiles sancionados por las leyes. No es el prelado el que hace esas leyes, pero le señalan como inductor de la ya prácticamente reventada reforma Gallardón. En este caso no es culpable, porque la doctrina de la Iglesia católica sobre la materia permanece inamovible en medio de las aperturas por ahora verbales del papa Francisco. La culpa es del gobierno cuando se atreve a cuestionar cualquiera de las cotas conquistadas por la sociedad, que debe tutelar con absoluto respeto.

En el tardofranquismo nos animaba Raimon cantando aquello de «la cara al vent, les mans al vent». Ahora son los senos femeninos, y habrá que ver qué clase de ventilaciones nos esperan si siguen atentando contra el progreso en los derechos laborales, los sanitarios, los educativos, los asistenciales, los maternales, etc. Salvo por revoluciones o golpes involutivos, la sociedad civil no admite la marcha atrás ni elige a gobernantes para que reinterpreten la legitimidad de los derechos conquistados como si fueran relativos, y mucho menos si lo intentan de manera autoritaria en errónea interpretación de las potestades de una mayoría absoluta, tan efímeras como su duración. Las reacciones contra la legalidad del aborto en España han sido secundadas en varios países europeos, pero aun sin ellos serían radicalmente perturbadoras de la convivencia si llega a imponerse un salto al pasado.

Ninguna forma de autoritarismo tiene futuro en la Unión Europea, y menos las que nacen de consignas religiosas en un estado constitucionalmente laico. Es penosamente manifiesta la tendencia regresiva de un gobierno cuyo partido acaba de proclamar en Valladolid que, para racionalizar el secesionismo catalán, «o el PP, o nada», como si el resto de los ciudadanos no tuviera nada que hacer ni decir. O que lanza a la oposición el ucase «aplauda usted, o cállese». En suma, una ilegítima desautorización de toda discrepancia y de todo pluralismo. Es obvio que el PP trata de contener a su ala derecha, hoy en trance fraccional acelerado. Pero esos son problemas de partido, no de sociedad. Las continuas contestaciones y «mareas» de colores no tienen precedente en la democracia, conformada a un modelo general que no es deudor ni subsidiario de ninguna ideología.

Via: laopiniondezamora.es


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